Este verano visité la zona norte de Italia y utilicé este aeropuerto como punto de llegada a la zona. Parece mentira, pero habitualmente solemos viajar con destinos fijos en la cabeza y no miramos lo que tenemos más próximo. Este es el caso, esta iglesia está muy próxima a la zona norte del aeropuerto, a escasos 10 minutos, tanto es así que cuando se aterriza o despega de allí se suele ver desde el avión perfectamente… El edificio, que forma parte de un conjunto más amplio compuesto por la casa del sacerdote, los despachos parroquiales y por el Santuario de S. Alejandro mártir del siglo XVII, se esconde ligeramente del barrio donde se encuentra y se rodea de espacios verdes y un riachuelo.
El conjunto destaca por la iglesia: un volumen de piedra roja de Verona que arranca prismático y se abre hacia el cielo a medida que alcanza los veintitrés metros de altura. El edificio se desarrolla dentro de un cuadrado de veinticinco metros de lado que genera un espacio único y sobre el cual se desarrolla un embriagadora cubierta de hormigón, madera y luz. Los materiales en el interior se vuelven más suaves y brillantes, pero manteniendo en los elementos sagrados y el suelo la piedra roja del exterior. Todas las paredes y techos están revestidos con láminas de madera dispuestas horizontalmente y laminadas con hojas de oro. La luz, que sólo entra desde el techo, resbala por los paramentos, y confiere al lugar un aspecto cambiante a medida que pasan las horas del día y los meses.
Las decisiones del arquitecto responden a su idea de iglesia como lugar perdurable en el tiempo y alejado de modas. Es, desde este punto de vista, desde donde hay que considerar la elección de los materiales: la piedra de Verona, la madera y el oro recuerdan a tipologías de iglesias del pasado. Se trata de soluciones adoptadas en el intento de conferir a este lugar sagrado un aspecto solemne y, al mismo tiempo, no banal, capaz de transmitir emociones desde el momento que se pisa su interior.