4.10.10

VISITAR ARQUITECTURA. MÉRIDA (de nuevo)


No está mal volver a visitar lugares que has visto en tu niñez antes de que profesores y bagaje cultural modifiquen tu manera de observar y sentir. Lugares que no han perdido frescura y esplendor, y que, pasados unos años, te permiten ser descubiertos con otros ojos…
Uno de estos lugares es el Museo Romano de Mérida de Rafael Moneo, arquitecto que acaba de publicar la monografía “Rafael Moneo. Apuntes sobre 21 obras” bajo la editorial Gustavo Gili y que camina, desde hace varios ya, junto al proyecto de ampliación del mismo.
Tenía siete u ocho años y recuerdo nítidamente la nave principal del museo, bañada por el sol, como en la fotografía que todos tenemos en la mente, publicada miles de veces en revistas y libros. No recuerdo las “viejas” piedras expuestas, el ladrillo cocido o los lucernarios transversales… pero la imagen de los arcos de medio punto colocados consecutivamente generando esa bóveda de cañón virtual la tengo clara como aquel día en que la vi por primera vez.
Muchos años después he vuelto y descubro la complejidad técnica y estética del proyecto. Construir sobre restos y junto a ruinas de más de dos mil años de antigüedad no es tarea sencilla, y que el resultado complete el conjunto y se integre en la trama urbanística de una población actual como Mérida debió resultar un trabajo de estudio hercúleo. No menos difícil me parece la elección de un material como el ladrillo, lógica si nos basamos en su utilización en la arquitectura romana pero complicada si vemos lo denostado que estaba este material a principios de los ochenta cuando comenzó la construcción del edificio. El ladrillo, además de simplificar la resolución de fachadas y secciones con grandes paños homogéneos, simples sucesiones de roscas y variaciones del tono de cocción, permite entender el museo como un magnífico ejercicio de arquitectura sobria y funcional.
Ahora que lo he recorrido de nuevo observo detalles que, cuando te dedicas a estos menesteres, descubres que no son tan sencillos de realizar (y no tengo muy claro por qué). Todo el edificio se resuelve interiormente con tres materiales: granito, ladrillo y acero (omito el hormigón que no queda visto en ningún sitio). Granito para los suelos, las peanas y bases de los elementos expuestos. Ladrillo en paredes. Y acero en barandillas y carpinterías. Moneo no necesita más, no son necesarios tres tipos de piedra, mármoles africanos, despieces complejos o grabados costosos, sólo el granito convenientemente pulido, con formas y ángulos rectos. No hay rodapié, ni juntas o remates extraños entre las roscas de ladrillo y las hileras horizontales, sólo ladrillo macizo cortado. Las instalaciones de climatización quedan ocultas en los paños superiores de la nave lateral izquierda, y la iluminación artificial pasa prácticamente inadvertida debido a su sencillez y carácter cuasi industrial.
Lejos queda esta simplicidad obtenida del ladrillo en edificios posteriores como la sede del Bankinter de la Castellana o la estación de Atocha y que en mi opinión Moneo perdió durante los años noventa influido por arquitecturas externas.
En definitiva, y sin menospreciar lo más mínimo el trabajo del único arquitecto español con un premio Pritzker en sus manos, disfrutemos y enorgullezcámonos de este edificio digno de ser visitado y admirado y por el que, cualitativamente hablando, no pasan los años...