21.7.09

VISITAR ARQUITECTURA. RONCHAMP

Hola de nuevo a todos. No penséis que esto va a poder ser siempre así (digo lo de escribir tan a menudo en el blog...). La verdad es que para darle un poco de empaque me estoy dedicando a escribir lo que haría en un mes, pero bueno, el verano es así.

Hace ahora un año, andaba en Mullhouse, una "entrañable" (fijáos bien en las comillas) ciudad del norte de Francia muy cercana a Basilea, cuna de dos de los más afamados arquitectos actuales: Herzog y De Meuron, y también ciudad icono de la arquitectura suiza, pero también muy cercana (40 km) a Ronchamp, lugar donde uno mis arquitectos favoritos construyó una de sus obras maestras. Estoy hablando de Le Corbusier y de la Capilla de Notre Dame du Haut.
Si ayer hablaba de Dublín, lugar al que se suele ir por motivos muy diferentes de los arquitectónicos, Ronchamp es lugar de peregrinaje de arquitectos de todo el mundo en busca de la arquitectura más pura, aquella que es capaz de captar la luz, el espíritu y hasta el mismo aire de un paisaje, que os cautivará por su espectacularidad.

Llegar hasta Ronchamp desde Mullhouse es sencillo, pero no lo intentéis desde el oeste, la carretera os ayudará poco... El pueblo está en el valle, a los pies de montes y montañas bajas, sobre una de ellas y visible a varios kilómetros de distancia gracias a su color blanco se encuentra la Capilla. Ésta destaca por estar en lo alto de un monte rodeado de bosque que es atravesado por la carretera que nos lleva hasta la cima. Las ansias de ver lo que desde hace kilómetros se busca no desaparecen debido a que una pequeña tienda junto al aparcamiento y la arboleda ocultan cualquier visión arquitectónica. Tras el pago de la entrada (somos los únicos en el mundo que no cobramos por ver nuestras maravillas...) ascendemos a pie por un camino empinado y zigzageante. Dejamos a la izquierda un pequeño edificio, también de Le Corbusier, que cumplía las funciones anexas a la capilla. Y, recorridos unos metros, aparece ante nosotros la blanca capilla. Os aseguro que es una sensación muy especial encontrar un edificio así en medio de la naturaleza. Extrañamente no vas directo a la puerta principal que da acceso al edificio y que se sitúa frente al camino, sino que tiendes a rodear la construcción buscando un punto final, un muro, un saliente, un elemento que te obligue a parar dando vuelta y media alrededor a la capilla, sin quitarla un ojo de encima, antes de entrar definitivamente.
Dentro, las sensaciones son diferentes, inicialmente la losa de la cubierta parece aplastar el espacio interior, después de un rato, cuando la vista se ha acostumbrado a la luz, la grieta perimetral que evita que dicha losa toque los muros suaviza esta sensación.

La Capilla por dentro parece pequeña, pero todos los rincones, las grietas, las ventanas, el mobiliario, las torres, o los diferentes ambientes que hay crean en ti la necesidad de aprenderlo todo, de querer capturar cada ángulo de visión y cada pequeña gota de color que salpica el espacio a través de las vidrieras (de esto dan muestra las 300 fotos que hice). Una vez saciada la emoción que te atrapa, el vértigo se calma y entonces también se disfruta del silencio y la tranquilidad que lo inunda todo.

La sencillez y ligereza de los detalles constructivos con los que Le Corbusier realiza las escaleras, los pasamanos, los suelos o los asientos para el público son los propios de un arquitecto maduro y que conoce perfectamente su profesión, que en mi opinión, y concretamente en este caso, está más cerca del arte que de la arquitectura.

Extrañamente, y pese a la espectacularidad del entorno dónde se encuentra la obra, no somos conscientes del mismo hasta que no hemos saciado nuestra visión de arquitectura. Recuerdo que está capilla tiene un uso ocasional y es el final de una peregrinación, en este caso, religiosa, que culmina con una celebración en lo alto del monte celebrada en el altar exterior hacia la campa verde de hierba suavemente moldeada por el tiempo y también por el lápiz del autor. Una vez fuera, es entonces cuando se hace memoria de todo lo visto, intentando grabar todo en este disco duro que tenemos por cabeza.
De vuelta al hotel, sientes la necesidad de volver a mirarla, pero la distancia hace que sólo sea visible en tu memoria.

Aunque no soy muy bueno en esto, espero haberos podido transmitir algo de lo que sentí, pero si no ha sido así, aquí os dejo un enlace con una muy buena descripción que he leído sobre esta capilla, escrita por J. Stirling.

Hasta otra.

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